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Miedo a ser gay

Voy a hablarles principalmente a todos los jóvenes sobre un problema de un amigo y el sentido que para él tiene la vida siendo portador del HIV, el virus que causa el SIDA. Él me ha permitido dar testimonio del problema, de los sufrimientos y de los cambios que ha habido en su vida.

Empiezo por el principio, se trata de un joven que nació en provincia, en un pueblo pequeño donde pasó su niñez y parte de su juventud al lado de sus padres y sus hermanos. Fue muy feliz, pero a él le ilusionaba el abrirse paso en la vida de la ciudad -- él sólo sin la ayuda de su familia.

Un día, con el permiso de sus padres, se fue a la ciudad sin saber lo que allí le esperaba. Su ilusión era trabajar para formar un hogar y vivir honestamente. Parte de eso lo logró a base de esfuerzos, pero conoció a personas de su mismo sexo con las que creyó que su felicidad sería eterna.

Se enamoró y fracasó, le pagaron mal y un día recurrió al médico por una pequeña enfermedad. Cual sería su sorpresa cuando le comunicaron que era portador del virus del SIDA, enfermedad mortal. De momento él sintió que allí su vida terminaba. No se lo comentó con nadie -- ni siquiera con su familia. Se guardó el problema para él solo. Pero como vivía solo, con el paso del tiempo, la soledad, la angustia y el problema le empezaron a afectar. A pesar de no presentar ningún síntoma del SIDA, su desesperación fue aumentando, pues a su mente venían muchos pensamientos. Pensó que su vida no tenía ningún sentido vivirla así y hasta pensó en quitarse la vida, pues nunca podría ser una persona normal. Pero también pensaba que al quitarse la vida iba a causarle un sufrimiento a sus padres que lo querían mucho.

Antes de llevar a cabo lo que él creía que sería la única solución, Dios apareció en su camino. Un día cuando miraba la televisión, vio y escuchó que un grupo de personas católicas que formaban el equipo diocesano ayudaban a todas las personas con problemas como el de él. Recurrió a ellas, se desahogó, contó su problema, lo ayudaron moral y espiritualmente. Él le prometió a Dios acercarse a Él lo que le quedaba de vida y ponerse en manos de Cristo.

Gracias a Dios y al grupo de personas que tanto lo apoyan ha superado mucho, está consciente del problema. Tiene paz interior y sabe que un día va a morir, pero quiere estar preparado para el momento. Jamás piensa en atentar contra su vida. Tiene tranquilidad, porque siente que Dios siempre está con él en su soledad, en la angustia y en la enfermedad. No culpa a la persona que lo contagió, pues esa persona también fue víctima del virus. Le duele que haya personas con el mismo problema y que estén tan deshubicadas destruyendo su vida y la de los demás, pudiendo encontrar tranquilidad acercándose a Dios.

Así pues, este joven vive feliz aún con el problema que tiene y que su familia ignora desde hace año y medio. Tiene sus recaídas, pero gracias a Dios las supera también. El les envía a todos los jóvenes este mensaje: que sean conscientes de que después de un contagio nada es igual y que el SIDA es una enfermedad incurable que causa la muerte, que vivan la vida felices al lado de sus padres, que se preparen para formar un hogar, que tengan diversiones sanas, que en cuanto a la sexualidad elijan muy bien a su pareja del sexo opuesto para casarse, teniendo relaciones sexuales sólo después del matrimonio, ya que Dios sólo hizo dos sexos: el masculino y el femenino.

La realidad de la homosexualidadPor Richard G. Howe

Will (no su verdadero nombre) era un buen amigo. Aunque parecía ser un poco afeminado, nunca se me ocurrió pensar que podría ser homosexual. Nunca me insinuó nada ni tampoco me dio ninguna indicación de que se consideraba diferente. Nuestra amistad giraba en torno a nuestro interés común por la música y, más importante aún, a nuestra relación con Cristo. Will decía que él era cristiano.

Nuestra amistad se desarrolló hasta el punto en que Will confiaba en mí plenamente, entonces me confesó que había tenido sus "luchas" con la homosexualidad desde antes de la adolescencia. No pasó mucho tiempo, sin embargo, antes de que su lucha con la homosexualidad regresara y se encontró a sí mismo vacilando entre períodos de tiempo en que se controlaba a sí mismo, períodos en que experimentaba culpabilidad y períodos en que se sentía a gusto llevando a la práctica su homosexualidad.

Yo estaba convencido de que el homosexualismo estaba mal y que, desde una perspectiva cristiana, no podía ser justificado. Pero no me sentía capaz de entenderle ni de ayudarle. Después de un tiempo y debido a nuestros respectivos compromisos universitarios, Will y yo nos fuimos a lugares diferentes y perdí contacto con él.

Algunos años después, Will regresó y enseguida renaudamos nuestra amistad. Una noche salimos a caminar juntos y debió de haberse dado cuenta de que en mi interior yo me estaba preguntando qué había hecho acerca de su homosexualidad. Hasta ese momento estaba de lo más entusiasmado contándome acerca de las magíficas oportunidades que había tenido de servir a la causa del cristianismo por medio de la música. Pero estaba deseoso de contarme cómo le había ido en relación con la homosexualidad y yo también tenía deseos de escucharlo. Me causó una gran alegría cuando me dijo que había dejado su homosexualismo. Ya habían quedado atrás los días en que trataba de justificar lo que él siempre había sabido que era una abominación ante Dios. Por fin había aceptado que el homosexualismo era una violación del orden establecido por Dios y que el amor que había estado experimentando no era otra cosa que un sustituto pecaminoso de la voluntad de Dios.

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